domingo, 24 de septiembre de 2017

Otoño


En estas fechas viene siendo habitual que las redes sociales se saturen de imágenes otoñales como culmen de la felicidad. Sillones orejeros frente a un ventanal empapado de lluvia, una mantita y un libro abierto junto a una humeante taza de té conforman el imaginario colectivo, defendido hasta la saciedad.
Lo siento pero no puedo encontrar la razón de tanta alegría hipster. La lluvia no tiene nada de apetecible para los que, como yo, vivimos dentro de la humedad desde ahora hasta junio. Estar obligado a la clausura no es una opción para los que, como yo, creemos que como fuera de casa no se está en ningún sitio.
Si algo excita mi imaginación y eleva mi espíritu aventurero es la imagen de una tarde soleada, pies en alto, abandono gandul sobre una hamaca y una jarrita de sangría.
Un largo y gélido camino me aguarda. Siempre me quedará la Literatura.

lunes, 26 de junio de 2017

Historias napolitanas (1)


Nunca había subido en ascensor a una iglesia. Imagino que para los fieles no habrá ilusión más palpable de subir al cielo que la de darle al botón del segundo piso. Pero no es esta la única rareza que alberga la capilla de Santa María del Parto, en pleno barrio de Mergellina. El párroco charla en la acera con dos mujeres, en cuanto me acerco saca sus llaves del bolsillo y me abre una puerta estrecha indicándome hacia el fondo, donde está el ascensor. Resulta un tanto extraño aparecer de pronto en un rellano con un enorme cristo crucificado rodeado de velas eléctricas, pero no negaré que tiene su parte divertida.



La construcción de la iglesia fue financiada por Jacopo Sannazaro en un terreno de su propiedad. Es posible, incluso, que el nombre de la parroquia derive de unos versos del excelso autor de la Arcadia. Detrás del altar, oculto tras unas imágenes toscas y sin valor alguno, se encuentra el verdadero tesoro: la tumba del poeta. El monumento, en mármol blanco, reproduce escenas de la Arcadia en sus bajorrelieves, custodiados por dos estatuas imponentes de Minerva y Apolo. Sin embargo, no es eso lo que puede leerse en las inscripciones inferiores. Los nombres de los dioses paganos han sido borrados por una mano “piadosa” y sustituidos por los de David y Judit. Cúpulas y paredes aparecen decoradas con escenas del Parnaso y de las Musas…imagino que hubiera resultado más costoso “cristianizar” todo aquel canto a la creación literaria.









Mientras contemplo absorta todas aquellas maravillas escondidas en la trastienda de la iglesia, el párroco pasa a mi lado camino de la sacristía. No sé qué pensará, después de tantos esfuerzos por ocultar el origen pagano del lugar, cuando el único atractivo del templo sigue siendo la tumba de un poeta.
Otra de las curiosidades de esta capilla es un cuadro de San Miguel matando al demonio en forma de dragón. Aunque este ser malévolo aparece representado con la cara de una hermosa mujer, Vittoria d’Avalos, de quien el cardenal Carafa se enamoró perdidamente. Rechazadas sus pretensiones por la bella y discreta Vittoria, el cardenal perdió el juicio y como venganza encargó este cuadro al pintor Leonardo da Pistoia. La mujer objeto de sus tormentos era al fin vencida por el arcángel. Debajo del cuadro puede leerse la inscripción que el rencoroso cardenal mandó colocar: “et fecit victoriam aleluya”.




Salgo a la calle buscando el mar. El aire primaveral sigue siendo demasiado frío a pesar del día luminoso, casi cegador. Dicen los napolitanos de una mujer hermosa y seductora que è bella comme il diavolo de Mergellina. No sé por qué pero pienso ahora que la verdadera victoria reposa en ese dulce diablo que sonríe a los pies de San Miguel.

domingo, 4 de junio de 2017

Elogio sentimental


Le perdí la pista hace mucho tiempo. Recuerdo algunas de sus últimas entrevistas, hundido dentro de su chaqueta, como si el tiempo lo hubiera ido menguando poco a poco. Transmitía una imagen de hombre serio, concentrado en pensamientos graves, con la amargura justa para decir grandes verdades, lucidez lo han llamado muchos.
Hoy ha muerto y aunque no era alguien que despertase mi simpatía, he sentido de pronto una gran deuda con sus escritos. 
Aunque ahora resulta muy difícil de imaginar, hubo un tiempo en mi vida adolescente en que los libros llegaban a cuentagotas, las imágenes escaseaban y las palabras leídas se devoraban con avaricia. Goytisolo pertenecía a ese tiempo, el mío. No recuerdo argumentos de su novelas, acaso no los tenían, pero sí mantengo vivo el peso de sus palabras, aquella prosa severa y magnífica que me fascinaba. Recuerdo que la literatura se hizo adulta en mis manos ignorantes, tal vez yo también un poquito. Señas de identidad, Reivindicación de conde don Julián, Juan sin tierra, Mackbara...fueron llenando sin tregua mis estanterías. Después, una no sabe por qué, el camino me fue llevando por estos o aquellos vericuetos lectores y lo abandoné. 
Pienso ahora que algo de aquella mirada imperturbable, azulísima, se quedó para siempre en mi manera de acercarme a la literatura. Algo de aquella rectitud, de aquella gravedad hace que muchos de los libros que hojeo en las librerías se me caigan de las manos al primer párrafo.
Alguien que dudaba de sí mismo cuando le concedían un premio, quizás no sea el mejor consejero en los tiempos que corren. En cualquier caso, gracias señor Goytisolo, por haber estado siempre del lado de la Literatura.


jueves, 16 de febrero de 2017

Grace



  Las mujeres escriben diferente a los hombres. Tenemos mucha conversación doméstica o personal. Las mujeres se sienten cómodas hablando de lo personal, a diferencia de los hombres. Se cuentan más cosas, y tiene muchos problemas en común. Algo interesante es que las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía. G.P.

Hay personas, libros, lugares a los que me da pena no haber conocido antes. Imagino, tal vez erróneamente, que algo en mí hubiera sido de otra forma, acaso mejor. De todas maneras descubrir a Grace Paley a estas alturas me ha traído cierta esperanza. No la esperanza de que el mundo pueda cambiar alguna vez, en absoluto. De que eso jamás ocurrirá ya me he dado cuenta hace algún tiempo, ese es el privilegio de cumplir años. El grato regusto que permanece después de la lectura de La importancia de no entenderlo todo tiene que ver con algo más íntimo, algo personal que es, al fin y al cabo, el único ámbito donde podemos aspirar a ganar alguna batalla.
Emociona la narración de su lucha incansable: contra la guerra del Vietnam, contra la guerra del Golfo, a favor de la justicia racial en Estados Unidos, a favor de la igualdad de las mujeres... Reconforta su capacidad de análisis, de argumentación, la determinación en la defensa de sus convicciones, siempre en contra de la iniquidad de los poderosos. 
Pero además la mirada de Paley es capaz de detenerse en medio de la contienda a recoger una sensación, una inflexión en el aire, un mirada destinada a perderse entre las líneas de la historia. Para los que como yo, añoramos perpetuamente los atardeceres neoyorquinos, el relato de su estancia en la cárcel de mujeres del Village, con las voces de los niños llamando a sus madres a la salida del colegio, se convierte en una lectura inolvidable. Los que hemos disfrutado de las tardes de verano en Washington Square comprendemos lo que hubiera significado que una gran avenida de cemento se hubiese llevado por delante un espacio de libertad donde poder sentirte un poco más humano cada día. Paley murió en agosto de 2007. Aunque ella no estuviese muy convencida, yo creo que sí, que el mundo a su lado fue por unos instantes bastante mejor de lo que podría haber sido.

La idea de que me iré de un mundo que está cada vez peor no me gusta, porque siempre pensé que era mi deber dejar al mundo mejor de cómo lo había encontrado. Pero si se tiene el hábito de ver cada día como una jornada completa, envejecer es interesante. Todos los días se conoce una persona nueva, una puesta de sol nueva. Todos los días pasan cosas hermosas.

domingo, 15 de enero de 2017

Seré vago y brutal

Viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre el empedrado de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas.
Una temporada en el infierno. Arthur Rimbaud.


El año nuevo ha venido con dos regalos en uno: las cartas africanas de Rimbaud ilustradas por mi adorado Hugo Pratt. Y ha sido uno de esos regalos especiales, esos que me hago a mí misma de vez en cuando y que saboreo como si hubiera cometido un pequeño delito. Además, el librero de mi barrio es un lince. No sé si sabe mucho de literatura -cuando le pregunté por el libro y tecleó la búsqueda en su ordenador, me pregunto:" ¿Rimbaud...con B?"- pero lo que está claro es que sabe mucho de libros y me produce una gran ternura hablar con él.


Alrededor de 1873, el joven Rimbaud escribía en Una temporada en el infierno: "Volveré con miembros de hierro, la piel sombría, el ojo furioso: por mi máscara se me juzgará de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal". 
Y aunque sus palabras tenían un ligero aire de premonición, las cartas que se incluyen en esta selección demuestran una realidad muy diferente. Acuciado por las deudas, buscando negocios que no acaban de cuajar, sin domicilio fijo, viajando continuamente en jornadas extenuantes...las cartas que dirige a su familia se diluyen en un sobrio recuento de sus penurias. 

¡Qué vida tan amarga llevo bajo este clima absurdo y en estas condiciones disparatadas!(...) ¡No puedo daros una dirección porque ignoro adónde iré a parar, ni por qué caminos o hacia dónde ni por qué razón o cómo! Es probable que los ingleses ocupen Harar dentro de poco y entonces tal vez regrese allí. 

El Rimbaud adulto que se refleja en estas páginas es un hombre preocupado por las ganancias de sus negocios, desconfiado, indiferente al mundo que le rodea, práctico y quisquilloso. En una de las cartas pide a su familia que le mande varios libros, acompañando la lista con minuciosas instrucciones de envío, precio de cada libro y hasta la librería a la que deben dirigirse para completar el encargo. El contenido de esa lista se limita a varios tratados de metalurgia e hidráulica, un libro sobre nitratos y pólvora, manuales de albañilería, de curtidor, de ceramista y hasta una guía de armas.
Es posible que no se haya escrito jamás una enumeración más explícita sobre la renuncia a cualquier tipo de actividad literaria.


Consciente de las penosas circunstancias en que vive, se lamente de cumplir treinta años, "¡La mitad de la vida!", sin haber conseguido nada. Y sin embargo, ese mismo vacío parece ser el único motor de su existencia:

Estoy exhausto. Ahora no tengo trabajo (...) A pesar de todo hay muchas razones que me impiden ir a Europa: en primer lugar, el invierno me mataría; en segundo lugar, estoy acostumbrado a una vida errante y libre y, por último, no tengo un empleo. Por consiguiente debo pasar el resto de mis días vagando entre fatigas y privaciones, con la única perspectiva de trabajar si descanso hasta morir.

Es posible que en todo este recuento Rimbaud no contase (¿cuenta alguien alguna vez?) con la enfermedad que carcomió su rodilla y se lo llevó entre terribles dolores al viaje definitivo:

Estoy tumbado, con la pierna vendada, atada, amarrada, encadenada, para no poderla mover. Parezco un esqueleto: doy miedo. Tengo la espalda desollada por culpa de la cama, no duermo ni un minuto (...) No te asustes por estas noticias. Días mejores vendrán.