domingo, 18 de enero de 2015

Cécile

A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan solo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás.
Françoise Sagan. Bonjour tristesse

miércoles, 7 de enero de 2015

Jaime

Jaime Gil de Biedma, 13 de noviembre 1929 - 8 de enero 1990.


PÍOS DESEOS PARA EMPEZAR EL AÑO
Pasada ya la cumbre de la vida,
justo del otro lado, yo contemplo
un paisaje no exento de belleza
en los días de sol, pero en invierno inhóspito.
Aquí sería dulce levantar la casa
que en otros climas no necesité,
aprendiendo a ser casto y a estar solo.
Un orden de vivir, es la sabiduría.
Y qué estremecimiento,
purificado, me recorrería
mientras que atiendo al mundo
de otro modo mejor, menos intenso,
y medito a las horas tranquilas de la noche,
cuando el tiempo convida a los estudios nobles,
el severo discurso de las ideologías
-o la advertencia de las constelaciones
en la bóveda azul…
Aunque el placer del pensamiento abstracto
es lo mismo que todos los placeres:
reino de juventud.

“Poemas póstumos” 1968

viernes, 2 de enero de 2015

LOLA


En la Navidad de 1952 Truman Capote recibió un extraño regalo: un cuervo. Le pareció espeluznante y feo pero no se atrevió a desairar a Graziella, la joven siciliana a la que le había alquilado la casa y autora de tan sorprendente obsequio. Poco a poco Lola -que así se bautizó al pajarraco- fue haciéndose con un hueco en la vivienda y en el afecto del escritor. Era apenas un polluelo cuando llegó a sus manos y no le resultó difícil acostumbrarse a vivir con los otros animales de la casa: un bulldog inglés y un foxterrier. Es más, Lola creció convencida de ser un perro, sin mostrar el más mínimo interés por volar, compartiendo la comida y durmiendo al lado de sus dos nuevos amigos. El invierno siguiente Truman regresó a Roma. En el asiento trasero de su descapotable viajaban las maletas y los dos perros; en su hombro, Lola. Hubiera sido conmovedor cruzarse con tan deliciosa estampa de la singularidad humana.
Instalados en via Margutta 33, Lola pronto descubrió los peligros de la gran ciudad en forma de felino taimado. El anciano señor Frioli, vecino de Truman, intentó en vano de prevenir de la fatalidad.
Este es final de la historia:

El signor Frioli sacudía la campanilla. Yo grité. El gato dio un salto, las uñas desenfundadas. Pero fue como si en el último momento Lola hubiese percibido el peligro. Saltó de la balaustrada y cayó hacia la calle (...).
-¡Lola! ¡Vuela, Lola vuela!
Las alas, aunque desplegadas, estaban inmóviles. Lenta, gravemente, como si llevara un paracaídas, fue deslizándose hacia abajo, cada vez más abajo.
En la calle vi pasar una furgoneta de reparto. Al principio pensé que Lola caería justo delante, lo que parecía bastante peligroso. Pero lo que ocurrió fue peor, resultó inaudito y terrible: aterrizó sobre unos sacos apilados en la parte de atrás de la furgoneta. Y se quedó allí. Y la furgoneta seguía su marcha: dobló la esquina y desapareció de Via Margutta. 
-¡Vuelve, Lola! ¡Lola! 
Corrí tras ella, resbalé al bajar los seis tramos de resbaladizos escalones de piedra; me pelé las rodillas; perdí las gafas (salieron volando y chocaron contra la pared). Al llegar a la calle, corrí hasta la esquina que acababa de doblar la furgoneta. A lo lejos, entre una bruma compuesta de miopía y lágrimas de dolor, vi la furgoneta detenerse en un semáforo. Pero antes de que pudiera alcanzarla, mucho antes, se puso verde, y la furgoneta se llevó a Lola, me la arrebató para siempre, perdiéndose entre el tráfico que se arremolinaba en la Piazza di Spagna (...).
Y todo ese tiempo el signor Frioli permaneció sentado en la ventana, esperando con una expresión de pesar y asombro. Cuando vio que había vuelto hizo sonar la campanilla para que yo saliera al balcón.
Le dije:
-Creía ser otra cosa.
Frunció el ceño.
-Un perro.
El ceño se hizo más pronunciado.
-Se ha ido.
Eso lo entendió. Bajó la cabeza. Yo también.
Lola (1964) Truman Capote