lunes, 22 de septiembre de 2014

Osita


Donde la Osita le habla al Lobo y todo queda dicho para siempre
La autopista soy yo, tú, nosotros y cuando tu lengua busca la mía y se desenrolla, caracol en el caracol, tu lengua resbalando al infinito alargándose en el fondo de la boca, fragmento del tiempo fragmentado, larga cinta de asfalto caliente y también yo caracol; tu lengua se estira y soy un precipicio la trago y siguiendo esa fiebre sin fin tu rostro entra en mí, tu pelo, tus ojos que pestañean de sorpresa, se creían afuera, hacen cosquillas al abrirse a la altura de un calor interno, tú deslizándote hasta los codos, yo tragando tus nalgas sin que cese el beso, el primero.

Inventamos el aire ahí donde sólo hay humedad, calor y una noche surcada de relámpagos, y yo trago todavía tu codo, la otra nalga, tu sexo que resbala cálido y viviente en mí y que me tomará por mí también, te penetrarás porque antes de rehusar el retorno a la superficie, apenas a tiempo o quizá no a tiempo, la asfixia ya ha empezado sin duda, la inmovilidad del viaje nos ha ahogado (...) nuevamente somos caracoles refugiados en un caracol que viaja sobre el dorso de un pájaro sin alas ¿será posible arribar algún día?.

Con una voz quebrada, más de una vez, me has dicho: "Eres tan joven". No te equivocabas, pero qué velo te ha impedido ver todos estos años que también yo llevo conmigo, años de una edad mucho mayor que
-¡No me hables del tiempo!
Paro sí, hablemos, nosotros que no somos niños; estamos, estamos en el tiempo como en este viaje: dentro. ¿Es que no ves que no hay ya cuatro ni tres ni dos tiempos?

Por el momento, gran lobo marino, bogamos sobre un agua calma, clara, sólo agitada por visiones de riberas donde horrores, torturas y guerras se agitan y nos acechan. Pero nuestras olas foman una vasta ondulación que respira al ritmo de nuestra locura. Luz, y la oscura pasión que nos empujará hasta el fin, siempre hasta el fin y más lejos.

A fuerza de nadar en las grandes aguas negras, se aprende a flotar en la oscuridad. Boya de las peores tinieblas. Exluídas ya las vejeces humillantes, las pesadillas sanitarias; y el resto no es para ahora y ya no hay más soledad posible.

No abandonemos la autopista en Marsella, mi amor, ni en ninguna parte. No hay otra vuelta atrás que en espiral. Carol Dunlop.
Fragmentos de Los autonautas de la cosmopista
Carol Dunlop y Julio Cortázar

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